domingo, 30 de mayo de 2010

En torno a la desesperación

No se si alguien ya haya dicho alguna vez lo que voy a escribir, pero últimamente he pensado que el peor desasosiego que un ser humano puede sentir es la ignorancia.

No me sorprendería que Kierkegaard lo haya escrito en alguna parte, quizá lo leí descuidadamente en el Tratado de la desesperación y hasta ahora, a propósito de una serie de acontecimientos que han pasado en mi vida, vienen nuevamente en mi memoria de corto plazo. Para no errar más de lo que en mí es costumbre se me ocurre echar mano de algunas observaciones que me interesaron sobre el citado libro y posteriormente trataré de explicar mejor por qué es que afirmo tal cosa, que la peor desesperación que un hombre puede sentir, es saberse ignorante…

- “Para que verdaderamente un hombre no lo esté (desesperado) es preciso que a cada instante aniquile en él la posibilidad de desesperar” Unas líneas más adelante Kierkegaard dice que la desesperación nace de la relación del hombre con sí mismo.

- Al inicio del capítulo III, el filósofo danés identifica a la desesperación como una ‘enfermedad mortal’ pero entendiendo ésta como una enfermedad en la que no es posible morir: “Pues lejos de morir de ella (desesperación – enfermedad mortal) hablando con propiedad, o de que este mal termine con la muerte, física, su tortura, por el contrario, consiste en no poder morir, así como en la agonía el moribundo se debate con la muerte sin poder morir.” Es importante observar aquí la comparación entre desesperación y la agonía del moribundo para comprender por qué inmediatamente después Kierkegaard dice lo que sigue: “morir eternamente, morir sin poder morir, sin embargo, morir la muerte. Pues morir quiere decir que todo ha terminado pero morir la propia muerte significa vivirla propiamente; y vivirla un solo instante, es vivirla eternamente”

- A comienzos del libro II Kierkegaard dice: “Pero la desesperación es una categoría del espíritu, suspendida en la eternidad, y por consecuencia, un poco de eternidad entra en su dialéctica” parecería contradictorio decir ‘un poco de eternidad’ puesto que la eternidad es inconmensurable, pienso que tal vez sería más oportuno, con perdón del gran filósofo y de ustedes, decir que a través de la desesperación es posible experimentar momentáneamente el peso de lo eterno… Nietzsche debió haber sido un gran desesperado.

- Finalmente, quisiera añadir esta última faceta que Kierkegaard refiere sobre el tema en turno, a saber: “Esta es la desesperación de lo inmediato: no querer ser uno mismo, o más bajo aún: no querer ser un yo o, forma la más íntima de todas: desear ser otro, desearse un nuevo yo” (sic).

Al hombre le es vedado por naturaleza el conocimiento de todas las posibilidades, de todos los secretos, en suma de todo aquello que pueda ser conocido. Sin embargo esto no parece afectarnos del todo, de hecho es incluso saludable ignorar ciertas cosas…si pensáramos en todo aquello que podría acontecernos yendo de la casa a la escuela o tan solo al salir de la cama, muchos de nosotros preferiríamos no salir, no caminar, no vivir como vivimos.

No obstante existe una diferencia de grado entre aquello que no es conveniente saber (o por lo menos no conviene pensarlo demasiado) y aquello que ‘queremos’ pero no podemos saber…

No es necesario ponernos exquisitos con este tema, no vamos a hablar de la angustia que sentía Mendeleiev al no saber cómo ordenar los elementos de la tabla periódica, o la angustia de González Bocanegra, quien encerrado, no sabía qué palabras escoger para representar en un solo canto el sentir y la identidad de todo un pueblo.

La desesperación no distingue de colores, de estatus, de causas; lo mismo puede presentársele a una gran eminencia por situaciones como las mencionadas arriba que a una madre que no conoce el paradero de su hijo. Pero creo que la desesperación es más aguda cuando uno se da cuenta de que justamente esa desesperación procede de la impotencia de no saber.

La voz popular, aquella que dice: ‘mata más una duda que un desengaño’ contiene una gran verdad. En efecto, muchas veces es más angustiosa la espera de una respuesta que la respuesta misma, pero para el caso, lo que realmente es desesperante como hemos dicho, es el no saber.

Qué terrible ha de ser para Dios saberlo todo: todos los males, todas las calamidades, todas las injusticias, todas las desesperaciones…para los mortales bastante trabajo es soportar las suyas propias. Pienso que la desesperación es algo así como un estado monádico, como un encerrarse dentro de sí mismo, un breve o largo periodo en donde el peso de la eternidad parece posarse sobre los hombros de quien desespera, porque quien desespera, no ve la hora de que su sufrimiento termine; como ya lo señalábamos en la lectura de Kierkegaard: es esa agonía mortal que sin embargo quebranta toda posibilidad de escapar a ‘morir la muerte’, es ese desesperado intento de negarse a uno mismo, de querer ser otro…

Pienso que un buen ejemplo de esto que digo se puede encontrar en el Proceso de Franz Kafka, pues pareciera que a Joseph K no le angustia más el hecho de saberse condenado a muerte que el no saber de dónde proviene tal condena; en efecto, la desesperación del personaje central a lo largo de toda la novela por encontrar algún indicio, alguna pista sobre quien lo acusa, es el común denominador de toda la obra. Al final, Joseph K muere sin saber la naturaleza de sus faltas, las cuales, no quedando otra alternativa, acepta al concluir la historia de la forma en que sabemos.

Pero la angustia de no saber conlleva otros peligros, por ejemplo el de perderse a si mismo entre un enorme mundo de las posibilidades, hasta que la realidad nuevamente señala todas las posibilidades que tuvieron que ser sacrificadas para que lo real fuera consolidado. Kierkegaard anotaba en el mismo libro que: “En lugar de referir lo posible a la necesidad, el deseo lo sigue hasta perder el camino de regreso a si mismo” y ciertamente, uno con frecuencia elige las posibilidades en torno a aquello que desea y no en función de lo que es necesario.

Por último, es preciso señalar que en el proceso del desesperar siempre uno piensa más en lo que menos debería, si bien Kierkegaard no señala a qué se refiere cuando dice esto[1], me atrevo a decir que aquello en lo que menos se piensa (y que sin embargo debería pensarse) es en uno mismo. Si por un lado el filósofo danés dice que la desesperación nace de la relación del hombre consigo mismo, tal relación ‘angustiosa’ probablemente puede encontrar su génesis en un diálogo inadecuado del alma para consigo. Es decir que, en la desesperación el hombre dialoga con su angustia antes que consigo mismo, y por ello, a causa de este ‘diálogo’, el individuo no puede darse cuenta del sucedáneo con el que es engañado. De manera que, sin saber, piensa en todos los posibles, en todas las alternativas, sin pensar claramente en lo que debería, en sí mismo.

Ya me puse demasiado silenaico, así que aquí termino esta breve disertación que merece más de una crítica, así que gustoso las espero mientras hablo de tú a tú con mi interlocutora sucedánea.



[1] Kierkegaard dice: “Lo que más falta hace cuando se sufre un descarriamiento, es siempre aquello en lo que menos se piensa y esto es evidente, pues, pensar en eso, sería volverse a encontrar”

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