viernes, 24 de diciembre de 2010

La retórica mexicana

A huevo

Siempre me causaba gracia (una gracia un tanto malévola para ser sincero) la cara de extrañeza e incomodidad que algunos compañeros extranjeros mostraban cuando nosotros, los connacionales mexicanos nos dábamos a la ardua tarea del albur, y tanto más embarazoso resultaba cuando ellos eran nuestras inocentes víctimas, cual blancas zacatecanas palomas. Como ya se sabe, la retórica fue de gran importancia para la educación de los griegos, entendida aquella como el arte de articular y construir discursos. El alumno formado en la retórica era capaz de construir discursos, pero al mismo tiempo de defender su postura y atacar las ajenas. Alguna vez, confines explicativos, definí a nuestro diálogo alburero como una especie de ‘retórica mexicana’, pues en esencia me parece que cumple si no las mismas, por lo menos metas muy similares a la retórica griega.

El tema, como se sabe, ya se ha abordado hasta el cansancio, desde Octavio Paz hasta Monsiváis, desde especialistas en lingüística hasta Polo Polo, y sin embargo, comparar nuestra peculiar forma de discurso con la retórica griega me resulta ocioso e inevitable.

La educación en el albur comienza desde bien temprana edad, desde que somos chamacos; hago notar que tal educación no es nada fácil, pues en el transcurso, servimos constantemente como chivos expiatorios de aquellos que nos instruyen, cayendo una y otra vez en las complicadas redes del albur.

A los ojos de alguien que no esté familiarizado con el contexto mexicano, el discurso alburero parece un discurso inconexo, sin sentido, algo completamente jalado de los pelos. Arranco con el análisis de un caso típico.

- ¿Quieres un vaso de leche?

- De hecho sí

- ¡una hermana!

- la pelona

- Siéntate, ya estás cansado

- En tu lomo

- ¿Te domo? serás bestia

- Te digo que ya es tarde

- Viejo el cerro y todavía reverdece…

Este es solamente un ejemplo burdo y básico del ejercicio alburero que sin embargo daría para muchas hojas de análisis y discusión, pero para esquematizar lo más posible el caso, sólo quisiera resumir la envergadura del ejemplo en unas cuantas palabras: atención y respuesta inmediata.

Se necesitan ambas cosas para dominar el arte del albur. A diferencia de los griegos, para quienes el vencedor era aquel que públicamente derrotaba a su contrincante en el discurso, y que por ello mismo gozaba del reconocimiento pleno y público de la concurrencia, para los mexicanos, la mayor señal de la victoria es aquella que se da en el silencio, en el sutil asentimiento de la violación verbal que se expresa en el albur; en efecto, poco puede regocijarse quien lanza la frase malévola y es entendida por todos, pues estos saben repeler fácilmente el veneno del discurso malintencionado, en cambio, cuando la misma frase malévola es entendida por unos pocos (o por nadie), estos mismos se vuelven cómplices, testigos y avales de tales expresiones ambiguas, el efecto se maximiza y por lo tanto, el sabor del éxito es aún mucho mayor. Del otro lado ciertamente no hay mayor ofensa que percibir el insulto una vez que ha pasado el tiempo, cuando ya no se está en posibilidad de responder a la provocación, ya sea con palabras o con golpes en el peor de los casos.

Para concluir con esta breve (i)rreflexión, nuestra retórica mexicana es también un ejercicio mental, de vida o muerte, o mejor aún, de chingar o ser chingado. No hay una causa específica por la cual se infiltra el albur en el discurso, la mayoría de las veces es por puro regodeo, y aún cuando el albur se da en la mayoría de los casos por puro afán recreativo, muchas personas prefieren ignorarlo y hacerse de la vista gorda. Los dejo pues con las anteriores consideraciones sobre el tema esperando poder ahondar todavía más en el meollo, pues todavía me da la impresión de dejar de lado temas importantes…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo no entendí el ejemplo. Todo lo que me hace falta es instrucción, sin duda.

Anónimo dijo...

hola auh estan ahi? sartur resartus
carpe diem